jueves, 14 de enero de 2016
8 de Enero
Apenas corre la primera semana de este año y ya da mucho de qué hablar. Esta noche, después de un curioso suceso, me he propuesto volver a escribir frecuentemente pues me he terminado de convencer finalmente de que olvidamos lentamente la vida de una forma silenciosa. Pequeños detalles se pierden para siempre. Un beso en al lluvia, una carta hecha pedazos o un mensaje de texto hiriente. Olvidamos, convenientemente, que también hemos sido unos hijos de puta. Pero hablemos un poco del año pasado. Inicié 2014 con expectativas en el suelo, quebrado por dentro, emocionalmente abatido. No sabía que esperar de 2015 y fuera lo que fuera sabía que no estaba listo (y tenía razón). Doce meses después esperaba la llegada de otro año sentado en un viejo sillón en la terraza de la casa mi abuela con una extraña tranquilidad. Sabía que había sido un año memorable por todo lo bueno y lo malo. Académicamente ha sido quizá mi mejor año hasta ahora, pero emocionalmente fue un año que me dejó algunas cuantas heridas de guerra. Lastimé y fui lastimado, conocí verdaderamente a la filosofía y definí mi ética personal. Veo con todo esto a 2016 como el incierto año que es pero esta vez sintiéndome listo y armado para el mal tiempo. Si el hombre sólo puede definirse en la medida que se realiza, como decía Sartre, tengo el ánimo de ver cada día de este año como una página en blanco que no quiero dejar que pase en vano. O lo que quizá sea aún peor: olvidarlas después haberlas escrito como tantas hojas que el tiempo arranca de mi memoria.
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