Me parece que estamos entrando poco a poco a una buena época para la salud mental. Aún hay mucho por hacer, pero creo que para al menos mi generación, el estigma de la terapia psicológica está desapareciendo. Creo también que se está gestando una cultura de empatía, más allá del optimismo vacío tradicional. No soy un especialista pero tengo mucho que aportar con mi experiencia. Me incomoda ponerme al titulo pretencioso como "sobreviviente del desorden de ansiedad". Solo haré énfasis en que si pude salir de ese hoyo infernal y que si sé lo que se siente desear la muerte para apagar el miedo insoportable. Dicho eso también me he puesto en una posición de mucha responsabilidad. Confieso en que suelo sentirme mal por llevar en mi saber lo necesario para cambiar la vida de tantas personas que están sufriendo pero no saber ni tener el poder para comunicarlo instantáneamente. Entiendo que es una responsabilidad distribuida porque la atención profesional es estrictamente necesaria. Pero el acompañamiento en el proceso para facilitarle las cosas a las personas es igual de necesario. Creo decir que tengo claro el método también puede dar las personas la expectativa de que daré un discurso de hombre sabio, que tendré la frase matadora que acabará de un golpe con el sufrimiento pero, por supuesto, las cosas no así. Y eso de hecho es parte central de lo que he aprendido. Esto me ha tomado varios años. Lo menciono no porque crea que este proceso debe ser necesariamente largo sino porque fui dando tumbos por la vida a prueba y error, pero juntando poco a poco los insights que terminé uniendo al final. Si pudiera enviarle una carta al pasado me habría ahorrado muchas cosas, ciertamente.
Les cuento uno. Era otoño del 2014, estaba esperado el camión una tarde en una esquina cerca del universidad en Puebla. Tenía un paraguas en medio de una llovía muy densa. No había una sola persona más en la calle. No iba ningún lugar en especial, solo trataba de despejar mi mente. Acaba de terminar una relación con una chica que había querido mucho. Me sentía terrible (esto fue dos años antes de que desorden de ansiedad me reventara en la cara). Pero de repente tuve una epifanía. Sentí de pronto que todo tenía sentido: mi dolor, la causa, el escenario. De repente me vi a mi mismo como el personaje de mi propia historia. No sentí felicidad pero era una sensación que podría llamar disfrutable. Sentía que aunque no era feliz en el sentido tradicional, mi queja no era la ausencia de contenido en mi vida. Lo que me parece interesante es que no sentí que fuera un cambio de "percepción" o una subjetiva manera diferente de tomar las cosas. Sentí como si acabara de descubrir una verdad metafísica de la realidad, algo fuera de mi de lo que había estado ciego [sidenote: quizá desde aquí me empezó a gustar el realismo literario].
Esta fue una de las muchas lecciones aisladas que años más tarde me ayudarían a sanar. 2016 fue el año en que me quebré. Cuento un poco en esta entrada. Si los que me leen saben el proceso entonces no aportaría demasiado en los detalles: insomnio, ataques de pánico y náuseas, etc. Dónde si lo haré es en las premisas más efectivas que encontré para salir del problema. Otra de ellas fue el entender que lo que llamamos sentirse bien es una habilidad, como saber bailar o dibujar bien. Esto no es nada evidente. Parecería que ser feliz es algo que simplemente ocurre sin mayor esfuerzo para unos pocos afortunados. La realidad es que si se tuvo la mala suerte de haber desarrollado esa habilidad (no haber tenido el ambiente correcto, la familia y amigos correctos, tenido malas experiencias, etc) se debe pasar por un proceso de desaprendizaje-aprendizaje. Creo que el error más grande que cometen los que se atascan en la terapia es suponer (en el fondo y sin hacerlo consciente) que su terapeuta un día les dirá las palabras mágicas que necesitan. Eso jamás pasará. Si entiendes verdaderamente que salir de un desorden es como aprender un nuevo idioma, ya estas del otro lado. Tercera cosa, el progreso no es una linea recta. Las recaídas son lo más normal del mundo. Vas bien. Esto me lleva a uno de los insights que más impacto tuvo en mi. Es una combinación de las tres últimas ideas más una observación extra. Durante una recaída intensa pero breve lo descubrí. Sentía de nuevo un malestar terrible, casi inmanejable por ratos. Lo mantuve a raya teniendo claro que no era nada anormal ni un retroceso y recordando que el sufrimiento es parte del contenido de mi historia personal. Pero lo que terminó destruyendo ese sentimiento de perdición fue una idea muy simple. Me dije una mañana al despertar a modo de broma. ¿Podría hoy sentirme sólo un poco menos miserable que ayer? Me di cuenta sin querer que si era posible. Sólo un poco menos que ayer, soportando el malestar sólo un poco más que ayer. Eso si era un objetivo alcanzable, nada de mierda de optimismo irracional. No diré el tiempo que tomó para no sesgar a nadie (cada quien es diferente), pero de poco en poco, así ha pasado ya mucho tiempo desde lo que fue mi última recaída y heme aquí intentando ser un profeta. No se si yo mismo hubiera seguido esta receta en mi época más oscura. Quizá sólo pude entenderlo después de todo lo que he vivido. Hay cosas que son incomunicables. Dicen los koanes del budismo que no se le puede enseñar a nadie el camino a la iluminación. Es un camino que las personas deben encontrar por su cuenta. Pero si con esto lo señalo aunque sea un poco, me doy por satisfecho.